Pedro Salmerón Sanginés/La Jornada.
La historia tradicional –y "la oficial"– suele limitarse a lo político-militar, tomando los efectos de la historia por sus causas y reduciéndolo todo a intrigas palaciegas que nunca explican nada. Pero lo que a nuestros "desmitificadores" interesa no es explicar la historia, sino suplantar los "mitos" por sus "verdades". Y sus "verdades" se limitan a intrigas palaciegas, enredos de alcoba, torpezas y traiciones.
De ese modo, González de Alba (plagiado por Zunzúnegui) reduce la explicación de la derrota del Goliat mexicano a la dogmática intolerancia de nuestros gobernantes, frente a la grandeza de los padres fundadores del David estadunidense. Me parece pertinente tratar de explicar el espectacular crecimiento de Estados Unidos previo a la guerra de despojo que lanzó contra nuestro país en 1846.
Empecemos señalando que el surgimiento de la cultura clásica y del capitalismo en Europa no se debe únicamente a sus inteligentísimas elites o a la libertad, la democracia, la tolerancia y otras palabrotas que habría que discutir, sino al acceso de los europeos a enormes extensiones de tierra fértil, a infinidad de puertos marítimos naturales y a numerosos ríos navegables. Para saberlo no hay que ser especialista en el tema, basta leer con cuidado a un par de grandes historiadores, como Finley, Anderson o Braudel.
En cuanto a Estados Unidos, el secreto de su conversión en potencia está en las guerras desatadas por la Revolución Francesa: entre los sueños de Napoleón estaba el de reconstruir el imperio francés en América, perdido 40 años antes, por lo que obligó a España en 1800 a devolverle Luisiana. Pero al perder su flota de guerra, Napoleón advirtió que no podría ocupar aquel territorio y en 1803 lo regaló –o casi– a Estados Unidos, para que se convirtiera en un contrapeso de Inglaterra. Así, sin esfuerzo, Estados Unidos duplicó su territorio.
El nuevo territorio estaba conformado por más de 2 millones de kilómetros cuadrados de llanuras fértiles, surcadas por los afluentes del Mississippi, muchos de ellos navegables y fácilmente comunicables con la zona habitada de Estados Unidos. Nunca en la historia moderna una nación había tenido a la mano tal riqueza. Como señala Leo Huberman (Nosotros, el pueblo. Historia de los Estados Unidos, pp.117-119), un pueblo entero descubrió que "podía ser suya parte de los mejores suelos labrantíos del mundo". ¿Resultado?: "El mundo jamás había presenciado antes un movimiento semejante".
Esto coincidió con un momento en que Europa tenía excedentes de población, que se lanzaron en poderosa corriente a las fértiles tierras del Mississippi, multiplicando la población de Estados Unidos en pocas décadas. Los historiadores serios siempre ponen como primera razón de tan espectacular crecimiento la existencia de esos feraces territorios combinada con las corrientes migratorias, y sólo en cuarto o quinto lugar la tolerancia religiosa. Una vez convertido en potencia económica, Estados Unidos inició un periodo de agresión expansiva para "extender el área de la libertad y del gobierno perfecto", según su propia propaganda. "Extender el área de la libertad" implicaba extender la esclavitud, pues los dogmáticos e intolerantes padres fundadores de la nación mexicana se opusieron sin cortapisas, desde Hidalgo en adelante, a la "institución" que los algodoneros estadunidenses llevaron a Texas con su "libertad" y su "tolerancia". Curioso, muy curioso, que ni González ni Zunzúnegui dediquen una palabra a la esclavitud.
No hay comparaciones posibles: los estadunidenses iniciaron su guerra de Independencia contra una Inglaterra en bancarrota, y fueron ayudados con soldados y recursos por Francia y España, ante la neutralidad de los países nórdicos; solo tres décadas después enfrentaron su primer desafío externo. México, en cambio, en lugar de tres décadas de paz exterior, tuvo 45 años de amenazas constantes e invasiones directas, que tuvo que enfrentar con su economía en completa bancarrota.
En fin, frente a la riqueza algodonera del sur estadunidense, el potencial marítimo e industrial de Nueva Inglaterra, y la inmensa cuenca del Mississippi, México carece por completo de vías naturales de comunicación; tenía pocos y malos puertos naturales, y todos ellos en zonas mortalmente insalubres; escasa tierra cultivable; carencia casi total de recursos para industrializarse y una sola riqueza que poner en el mercado de la época: la minería de plata, en quiebra antes de 1810. Pero esta sí que es la historia que no nos han contado. Lo realmente sorprendente de la historia del siglo XIX mexicano es que ante tantos obstáculos, hayamos construido un país. Un país de cuyo pasado me enorgullezco.
La historia tradicional –y "la oficial"– suele limitarse a lo político-militar, tomando los efectos de la historia por sus causas y reduciéndolo todo a intrigas palaciegas que nunca explican nada. Pero lo que a nuestros "desmitificadores" interesa no es explicar la historia, sino suplantar los "mitos" por sus "verdades". Y sus "verdades" se limitan a intrigas palaciegas, enredos de alcoba, torpezas y traiciones.
De ese modo, González de Alba (plagiado por Zunzúnegui) reduce la explicación de la derrota del Goliat mexicano a la dogmática intolerancia de nuestros gobernantes, frente a la grandeza de los padres fundadores del David estadunidense. Me parece pertinente tratar de explicar el espectacular crecimiento de Estados Unidos previo a la guerra de despojo que lanzó contra nuestro país en 1846.
Empecemos señalando que el surgimiento de la cultura clásica y del capitalismo en Europa no se debe únicamente a sus inteligentísimas elites o a la libertad, la democracia, la tolerancia y otras palabrotas que habría que discutir, sino al acceso de los europeos a enormes extensiones de tierra fértil, a infinidad de puertos marítimos naturales y a numerosos ríos navegables. Para saberlo no hay que ser especialista en el tema, basta leer con cuidado a un par de grandes historiadores, como Finley, Anderson o Braudel.
En cuanto a Estados Unidos, el secreto de su conversión en potencia está en las guerras desatadas por la Revolución Francesa: entre los sueños de Napoleón estaba el de reconstruir el imperio francés en América, perdido 40 años antes, por lo que obligó a España en 1800 a devolverle Luisiana. Pero al perder su flota de guerra, Napoleón advirtió que no podría ocupar aquel territorio y en 1803 lo regaló –o casi– a Estados Unidos, para que se convirtiera en un contrapeso de Inglaterra. Así, sin esfuerzo, Estados Unidos duplicó su territorio.
El nuevo territorio estaba conformado por más de 2 millones de kilómetros cuadrados de llanuras fértiles, surcadas por los afluentes del Mississippi, muchos de ellos navegables y fácilmente comunicables con la zona habitada de Estados Unidos. Nunca en la historia moderna una nación había tenido a la mano tal riqueza. Como señala Leo Huberman (Nosotros, el pueblo. Historia de los Estados Unidos, pp.117-119), un pueblo entero descubrió que "podía ser suya parte de los mejores suelos labrantíos del mundo". ¿Resultado?: "El mundo jamás había presenciado antes un movimiento semejante".
Esto coincidió con un momento en que Europa tenía excedentes de población, que se lanzaron en poderosa corriente a las fértiles tierras del Mississippi, multiplicando la población de Estados Unidos en pocas décadas. Los historiadores serios siempre ponen como primera razón de tan espectacular crecimiento la existencia de esos feraces territorios combinada con las corrientes migratorias, y sólo en cuarto o quinto lugar la tolerancia religiosa. Una vez convertido en potencia económica, Estados Unidos inició un periodo de agresión expansiva para "extender el área de la libertad y del gobierno perfecto", según su propia propaganda. "Extender el área de la libertad" implicaba extender la esclavitud, pues los dogmáticos e intolerantes padres fundadores de la nación mexicana se opusieron sin cortapisas, desde Hidalgo en adelante, a la "institución" que los algodoneros estadunidenses llevaron a Texas con su "libertad" y su "tolerancia". Curioso, muy curioso, que ni González ni Zunzúnegui dediquen una palabra a la esclavitud.
No hay comparaciones posibles: los estadunidenses iniciaron su guerra de Independencia contra una Inglaterra en bancarrota, y fueron ayudados con soldados y recursos por Francia y España, ante la neutralidad de los países nórdicos; solo tres décadas después enfrentaron su primer desafío externo. México, en cambio, en lugar de tres décadas de paz exterior, tuvo 45 años de amenazas constantes e invasiones directas, que tuvo que enfrentar con su economía en completa bancarrota.
En fin, frente a la riqueza algodonera del sur estadunidense, el potencial marítimo e industrial de Nueva Inglaterra, y la inmensa cuenca del Mississippi, México carece por completo de vías naturales de comunicación; tenía pocos y malos puertos naturales, y todos ellos en zonas mortalmente insalubres; escasa tierra cultivable; carencia casi total de recursos para industrializarse y una sola riqueza que poner en el mercado de la época: la minería de plata, en quiebra antes de 1810. Pero esta sí que es la historia que no nos han contado. Lo realmente sorprendente de la historia del siglo XIX mexicano es que ante tantos obstáculos, hayamos construido un país. Un país de cuyo pasado me enorgullezco.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario