Pedro Salmerón Sanginés/La Jornada.
La moda de desmitificar.
A raíz de las reformas educativas iniciadas en 1992, y con mayor énfasis desde el triunfo del PAN en las elecciones de 2000, se convirtió en moda denostar lo que ha dado en llamarse historia oficial. No defenderé yo la antigua versión priísta de nuestro pasado, pero sin duda, los desaforados ataques de que ha sido objeto dificultan cada vez más la enseñanza de la historia.
A la moda del denuesto siguió inmediatamente la de los desmitificadores, que como adolescentes tardíos se lanzaron a desacralizar la historia de México, vaciándola de contenido y tratando de construir una nueva versión en lugar de la anterior, como si todo el conocimiento histórico se redujera a los libros de texto… quizá porque algunos de estos desmitificadores no habían leído otros libros.
De ese modo, sin ningún respeto por el conocimiento histórico, sin distinguir entre el hecho y su interpretación, con un muy escaso manejo de fuentes y nula crítica de las mismas (herramientas elementales del quehacer histórico), han escrito pilas de libros y toneladas de artículos periodísticos y guiones de radio y televisión (es fácil escribir historia sin investigar: basta con aferrarse a ideas preconcebidas y bordar sobre ellas), construyendo esta otra historia, casi siempre con intereses políticos explícitos e inmediatos.
Los historiadores profesionales hemos dejado pasar esas falsificaciones, pero creo que ha llegado el momento de enfrentarlas: estos desmitificadores son cada vez más leídos y tienen un impacto creciente; los medios les entregan espacios; opinan sobre la vida nacional con autoridad de historiadores y, casualmente, todos son partidarios del gobierno en turno. La historia la usan, invariablemente, para intentar darle solidez a sus posiciones políticas.
De ese forma, Luis González de Alba, en un libro de atractivo título (Las mentiras de mis maestros), afirma que la historia oficial sólo nos ha enseñado a sentirnos conquistados y a identificarnos como vencidos, para luego atacar una y otra vez al EZLN y a todos sus simpatizantes, pues como hicieron Hidalgo y Morelos, o Villa y Zapata, siguen cerrando el camino del país hacia la única utopía exitosa: el gobierno democrático, la igualdad ante la ley, la libertad para producir y para comerciar (p. 264).
José Manuel Villalpando participó activamente en la campaña electoral de 2006 con inolvidables paralelismos, como aquel en que hablaba de Vicente Guerrero para referirse a López Obrador: "es un hombre con pocas luces, con gran dificultad para hablar, con ideas francamente peligrosas, calificadas de populistas [...] Es un hombre ambicioso que se ha rodeado de las más despreciables figuras políticas, cuyas ideologías son abiertamente contrarias al interés de una nación que acaba de obtener sus derechos y que está aprendiendo a ejercerlos". Posteriormente acuñó su célebre frase: "Si Juárez viviera sería del PAN", que defendió innumerables veces, como en una entrevista concedida a El Universal: "López Obrador usa a Juárez de manera maquiavélica, falseando al verdadero Juárez [...] parte de una malformación de la figura de don Benito surgida a partir del populismo de Echeverría, al cual López Obrador sigue a pie juntillas". Afortunadamente, su corresponsabilidad en el escándalo de la Estela de Luz lo mantiene callado en la actual campaña.
Juan Miguel Zunzunegui manipula la historia para mostrar que los mexicanos somos los principales enemigos de los pocos que han intentado sacarnos de la condición de conquistados que nos autoimponemos (como Felipe Calderón). Que todos nuestros males los hemos provocado nosotros mismos. Urge enseñarle a México su verdadera historia para trascenderla y poder instrumentar las reformas liberales de segunda o tercera o cuarta generación: por ejemplo, la supresión total del sector social en el campo, pues el reparto cardenista destruyó a México y la miseria del campo mexicano se la debemos a esa masacre llamada revolución; por ejemplo, abrir el sector petrolero a la iniciativa privada para que ahora sí sea fuente de riqueza, pues la expropiación petrolera fue solamente un golpe publicitario de nefastos resultados (La historia de una matanza por el poder, pp.141 y 146).
Por la misma vía discurren Macario Schettino, Armando Fuentes Aguirre, Catón, y otros, a los que iremos señalando. No haremos lo que ellos desde opuesta posición política. Nuestro objetivo será hacer evidentes sus métodos: la mentira flagrante, la mentira a medias, la manipulación de fuentes, la supresión de datos que les resultan incómodos, la falsificación pura y dura. El propósito de esta columna será mostrar a esos desmitificadores como lo que son: falsificadores.
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