(Por Yuriria Rodríguez Castro)
¡Es un honor estar con Obrador!, gritó una periodista
Felipe Calderón gusta de meterse a la boca del lobo, ahora su presencia en la entrega de la medalla de honor Belisario Domínguez 2008, no fue la excepción. La presea le fue otorgada al periodista y escritor, Miguel Ángel Granados Chapa, en medio de un ambiente intelectual, poco conocido para él y rodeado de miembros del Senado, periodistas y luchadores sociales, Calderón volvió a escuchar las palabras de rechazo que lo persiguen como una constante en cada acto oficial en el que se aparece un ciudadano: “¡Es un honor estar con Obrador!”, le gritó Adriana Fernández, periodista de Radio Educación y Radio UNAM; en seguida, la mujer levantó nuevamente la voz: “¡Arriba López Obrador!”, mientras los senadores perredistas guardaban silencio.
Otra vez, a Calderón, el protocolo le costó caro: Granados Chapa se refirió a la tentación autoritaria, a los levantotes y desapariciones por parte de autoridades federales y estatales; habló del periodismo comprometido con la democracia, hizo un llamado a aprobar una ley de amnistía para la liberación de presos políticos. Finalmente también se refirió al tema energético, la relevancia que tuvo un debate abierto, sumado a la movilización ciudadana y al ejercicio de las libertades. De igual forma, destacó la fortaleza adquirida por el Poder Legislativo en dicha materia; ahí en el lugar donde se dieron cita los representantes del Senado y un testigo de honor deshonrado, Felipe Calderón Hinojosa.
Tanto el discurso de Granados Chapa, como las consignas que se escucharon en el recinto no legitimaron a Calderón, lo rechazaron, los gritos claramente, el discurso con retórica. Nada hizo falta de nuevo. Y éste es sólo el comienzo de esas muestras de ilegitimidad. Ahora ya no son nada más los perredistas, quienes se pueden dar el lujo de callar, mientras los ciudadanos y una clase de periodistas desapegados al sistema, lo reprueban.
Rosario Ibarra de Piedra, con su adoración por las imágenes, pegó una foto del Presidente Legítimo en su escaño, pero no habló. Se quedó escuchando primero el himno nacional mexicano, e inmediatamente después el grito de Adriana Fernández, hija del locutor deportivo, del cronista poeta, Ángel Fernández.