Por Víctor Hernández
Las de Vietnam y de Irak fueron guerras sin sentido, sin objetivo y sostenidas no por motivos reales, sino por caprichos de gobernantes que no se podía sostener en el poder de otra manera.
Lyndon Johnson, quien sucedió a John F. Kennedy luego de ser asesinado, nisiquiera sabía cuanto costaba la guerra de Vietnam. Sin saber el costo, ordenó el envío de tropas. El costo inicial fue de millones y millones de dólares. El costo final fue el de miles de soldados y civiles muertos, y un país polarizado que de plano empezó a exigir en las calles el fin de la guerra por inútil y sin sentido.
Fue tan grande el descontento por esta guerra que hasta veteranos de Vietnam empezaron a sumarse y hasta a encabezar las protestas para exigir el fin de la guerra. Esos soldados que encabezaron las manifestaciones pidiendo que se acabara de una vez por todas fueron los verdaderos grandes héroes de la guerra de Vietnam.
Con Irak pasó lo mismo. George W. Bush inventó que había “armas de destrucción masiva” (era falso) para invadir el país petrolero, y en menos de 8 años la escalada de muertes militares y civiles no polarizaron: galvanizaron a la opinión pública americana para exigir el fin de esa guerra inútil y sin sentido. Nuevamente los grandes héroes fueron los militares y los familiares de los militares que se opusieron a la guerra. Las madres de los soldados, como Cindy Shehan, fueron quienes generaron conciencia entre la gente para ponerle un alto a la necedad de Bush, quien vio en Irak la oportunidad para que nadie le reclamara por su fraude electoral—y de pasada haciendo el negocio de la vida para Halliburton y otras empresas proveedoras del ejército.
Y claro; en ambas guerras cuando el ejército sufría golpes fuertes, el gobierno los tachaba de “actos cobardes.” No importaba que ellos hubieran sido los que los provocaron. Para el ejército no existe ni la auto-crítica ni el reconocimiento de la ineptitud del gobierno. Cobarde es el que le pega al ejército aunque sea el resultado de una necedad del gobierno.
En México, Felipe Calderón inició una “guerra contra el narco” para tratar de legitimar el fraude electoral que perpetró en las elecciones presidenciales de 2006. Simplemente puso al ejército en las calles—violando con esto derechos civiles—y se puso a molestar a los narcos de menor nivel, sin atreverse a tocar a los capos, quienes no tienen nada de que preocuparse.
La “guerra contra el narco” ha cobrado más de 10 mil vidas desde Diciembre de 2006, incluyendo civiles inocentes a manos de soldados drogados. Pero no ha detenido ni el tráfico de drogas, ni ha disminuido el consumo de drogas (al contrario; va a la alza), ni ha aumentado el precio de las drogas (con todo y crisis), ni tampoco ha reducido la violencia ni la inseguridad en México.
Ya ni los hijos de la gente con dinero y posición política están a salvo. Nisiquiera con escolta y auto blindado. Peor; lejos de haber amedrentado al crimen organizado, la necedad de Felipe Calderón los recrudeció. Dice una nota de El Universal: “Secuestradores suben el tono a la crueldad. Más de 6 mil horas, una tras otra, de angustia, de incertidumbre. Y de infinito dolor después de que recibieron un video con horrendas imágenes de los secuestradores y su niña. Y después, en un paquete, la despiadada prueba de que a ella, a su chiquita, la habían mutilado.”
Ni el ejército en las calles amedrentó a los secuestradores. Por el contrario; los hizo más crueles.
Mientras tanto en Guerrero el narco “levantó”, torturó y decapitó a 8 militares. Lo hicieron en el día libre de los militares. Idearon la estrategia perfecta: atacar cuando los militares están desarmados y vulnerables. Fue por eso precisamente, por lo eficaz de la estrategia, que la SEDENA hizo algo que nunca antes había hecho como resultado de la ejecución de un soldado o de un policía: hacer un comunicado calificando a las decapitaciones como “acto cobarde”.
“Acto cobarde”. Ese término fue exactamente el que ha usado el gobierno de Estados Unidos para calificar todos y cada uno de los duros golpes que les asestaron al ejército americano en Vietnam y en Irak. Y ahora la SEDENA lo usa para auto-encubrirse; para evadir el verdadero acto cobarde: el de seguir obedeciendo a un delincuente electoral al que no le importan las vidas de los soldados a los que está mandando a que sean ejecutados por el narco a pesar de que nada se está logrando más que el recrudecimiento de la ya de por sí aumentada cantidad de violencia e inseguridad.
Los verdaderos cobardes no son los narcos, sino los altos mandos militares que no han tenido el valor para ponerle un alto a los caprichos del delincuente electoral llamado Felipe Calderón. El día que la SEDENA le exija a Calderón que se combata a la inseguridad no con balas ni con retenes, sino con menor desigualdad económica y menor corrupción, ese día el ejército mexicano se conviertirá en lo que nunca han sido: héroes nacionales.
PD: La unión soviética dejó de existir cuando el ejército ruso dejó de hacerle caso a Gorvachov. Se hartaron de que no se les pagara y de que se les ordenara continuar con una guerra fria que no tenía sentido. En ese momento, uno de los ejércitos más detestados del planeta se convirtió en un ejército de héroes.